En un foro sobre inteligencia emocional me tropiezo con un artículo muy interesante de David Coleman en el Irish Times.
Dealing with feelings and bouncing back
Se trata de educar en las emociones, educar a los niños a reconocer, vivir y gestionarse en sus emociones.
Imaginemos que montamos en un autobús con un conductor que ignora las luces de alarma porque le incomodan, que no pone los intermitentes porque le molesta el ruido, que no mira al frente porque prefiere leer una revista.
Hablamos de eso, de personas que gobiernan su vida y deciden desde una perspectiva incompleta, como minusválidos emocionales, donde solo se permiten algunas emociones y el resto las evitan o ignoran.
Cómo será un padre que no le gusta el enfrentamiento? habrá veces que tendrá que reclamar a su hijo/a por su bien y no lo hará.
Qué pasará con el jefe que evita la generosidad? será un agujero negro de egoismo donde solo recibirá y reclamará de los demás, imponiendo un estilo egocéntrico en su equipo. Qué está perdiendo ese jefe y ese equipo? Qué resultados cabrá esperar para sus clientes cuando se necesiten sinergias?
Quién querrá estar con un compañero que no se permite confiar en los demás? alguien que hagas lo que hagas desconfia, si le das por si quieres algo, si le niegas eres mala persona. Qué se pierde ese compañero en su vida y en su trabajo?
Al final nos enseñan y educan muchas veces a ignorar las emociones y pasar por encima de ellas, cuando las emociones que se producen en nuestro interior tienen un origen en la esencia de lo que es cada persona. No dejará de ser negarse a sí mismo.
Cuando voy al parque con mi hijo observo cómo los padres, me incluyo, quitamos importancia cuando nuestro hijo/a le han pegado, le han quitado un juguete o se ha caido y hecho daño.
El niño/a comienza a llorar expresando con naturalidad emociones que se generan en su interior, frustración, impotencia, fracaso, vulnerabilidad... evidentemente el pequeño/a no sabe qué hacer con sus sentimientos y acaba llorando.
Los padres/madres comenzamos a aplicar todas las herramientas a nuestra disposición para quitarlo importancia, decirle a que no pasa nada, forzar a que ignore sus emociones e incluso insistir o llegar a enfadarnos.
Considero que en general no es que el pequeño se sienta incómodo en sus emociones y lágrimas, sino que somos los adultos quienes nos sentimos incómodos, no nos gusta ver al pequeño llorando, es un momento violento y preferiríamos no vivir con ello.
Evidentemente se trata de sacar al niño/a de una espiral de hundimiento y educarle a orientarse a cosas más positivas, a partir de las cuales podrá superarlo y ponerse en movimiento. Sin embargo es desde el conocimiento de las emociones y no desde la ignorancia.
El niño/a que reconoce y aprende a estar con sus emociones tendrá un contexto más rico y completo para decidir qué hacer, aprendiendo a mirar hacia un sitio más positivo y desde la consciencia de sus emociones.
Las emociones son como una olla de cocina, muchas veces bulle su contenido y podemos optar por tapar y sellar la olla o asomarnos a su contenido, probar el guiso y saborear lo que hay.
Si sellamos la cazuela se acaba convirtiendo en una olla express sin control, porque lo que bullía ahora ruge, la tapa lo oculta a la vista y al olfato y sin embargo la presión aumenta. Ni las mejores ollas aguantan indefinidamente.
Es por eso que llegan los secuestros emocionales, los arrebatos, los repentes, la infelicidad, la frustración, etc...al final la presión ha de escapar por algún sitio.
Las personas que niegan las emociones, o parte de ellas, toman decisiones en base a criterios parciales. Si todo ha de estar siempre bien y nunca puede haber un problema, si nunca me permito sentirme frustrado, enfadado o inconforme, en alguna ocasión hubiera sido mejor reclamar, exigir tu lugar en el mundo, sacar la rabia porque se frustraron tus ilusiones y no te lo permitiste, decidiste callar, resignar y tirar adelante.
Sin embargo las personas que gestionan su vida conscientes de sus emociones, detectan la frustración, la rabia o el egoismo o el amor y deciden qué hacer. No es cierto que se dejen llevar gobernados por la emociones, la persona emocionalmente inteligente decide su vida desde el conocimiento y la consciencia. Al final toma decisiones más completas, coherentes y consecuentes, acierte o falle sentirá que hizo lo que tenía que hacer.
Una vez más, de eso trata el Coaching, de trabajar en las emociones, reconocerlas y decidir desde tu mejor yo y más completo hacia dónde quieres ir.
Muy buena reflexión Juan, siempre me pregunto: si los seres humanos expresarían libremente sus emociones, ¿Cómo sería el mundo?. La verdad que el ejemplo del niño es muy ejemplificador, un abrazo y gracias por compartir tus reflexiones.
ResponderEliminarQue gran verdad...pasamos gran parte de nuestra vida automutilandonos, huyendo de nosotros mismos, de nuestra esencia, de lo que somos...para terminar integrados en una sociedad de adultos en la que no se nos está permitido vivir las emociones porque incomodan conciencias y atentan contra la estabilidad de un sistema vacio de lo humano.
ResponderEliminarSanti.
Hola, Juan, como siempre haciéndome pensar...
ResponderEliminarCuando un niño pequeño llora no lo hace por fastidiar, es su manera de expresarse, y muchas veces llora porque no puede expresarse de otra manera, no sabe jurar en hebreo, no tiene palabras para explicarse, no tiene capacidad para hacer ciertos gestos,... nosotros (o sea yo) no lo dejamos llorar, nos incomoda, nos pone nerviosos oírle, no queremos "molestar", así que lo hacemos callar, y entonces no lo dejamos expresarse. Como dicen más arriba, cómo sería el mundo si expresáramos libremente nuestras emociones? Cómo mejoraría la relación con nuestros (mi) hijos si en vez de intentar que se calle, le escuchara, le hiciera caso y empatizara con él?
Me pondré a ello a ver qué pasa.
Pd: pensé que la poesía de Teresa de Calcuta era tuya, te iba a felicitar, jejeje