Enfrente de mi casa, dos calles más abajo, hay un colegio, el colegio de mi hijo a donde caminamos todas las mañanas atravesando el parque que media. Ese oasis de aventuras sorprendentes, personas recogiendo hojas, cañones de aire zumbando para agrupar hojas en el suelo, carretillas que se llenan, cestas-grúa podando los altos árboles.
Bosques de matorrales y árboles que esconden lo desconocido, la sorpresa de no saber qué hay detrás. Y así cruzamos el parque mi hijo y yo, de la mano, explorando terreno andado y descubriendo un nuevo parque cada día.
La calle del colegio se llena de coches, segunda y tercera fila, padres y madres bajando corriendo del coche, la cara tensa y los gritos de urgencia, la tensión de no saber cómo será el desembarco ese día, los gritos de llegar tarde al trabajo, el deseo que la mañana comience tranquila, la certeza del atasco que te espera después. La experiencia de tantas mañanas de incertidumbre, que te han deparado entradas al colegio sencillas y fluidas, que has acabado en urgencias porque tu hijo se ha despertado enfermo o se ha caído jugando (¿qué hacía jugando cuando tendría que estar vistiéndose?). ¿Qué tocará hoy?
Camino con mi hijo, llegamos caminando y somos observadores de ese bosque de coches que ve mi hijo, de ese desagüe atascado que veo yo. Porque la calle es como un desagüe que acumula coches, deja personas que suben y bajan, atasca el tráfico y luego sigue. A veces una patrulla de la policía municipal actúa de desatascador balsámico para el tráfico, de castigo para los padres agobiados que no podrán dejar el coche y tardarán una nueva eternidad en llegar a algún lugar. ¿Tú dónde vas?
Las tardes son similares, solo que en medio de la niebla de salidas y padres corriendo, solo para observadores atentos, hay unos actores secundarios que pasan desapercibidos.
Son los niños y niñas que agolpados contra las verjas ven como sus compañeros salen felices con sus padres, ven como se escapa la libertad, el hogar y se vencen contra los barrotes del colegio casi con la esperanza de salir, casi con el deseo de volar. Pero el barrote le recuerda que está al otro lado, dentro, prisionero ante un patio infinito, porque su libertad no es de espacio, es de abrazos y sonrisas, es de volar de las manos de su madre, de su padre, de contar lo que ha pasado hoy, de compartir ilusiones, batallas y golpes. De llorar las penas y pedir un beso, un abrazo, un cariño que te marca la vida y siempre echarás de menos. Es libertad de amor.
La niña sigue agarrada a la verja y mientras sus compañeros salen por la puerta, como un cuentagotas que se agota todos acabaron por salir y ahora somos diez, veinte niños mirando la calle desde el otro lado, juntos quedamos mirando el mismo punto, el foco de nuestros ojos marca un mismo destino. Juntos quedamos solos, con cara de soledad, con rostro de abandono, con el alma del perro que espera a la puerta del supermercado que su amo vuelva, con las manitas heladas de esperar, con la esperanza de respirar otro aire, el mismo aire.
Paso con mi hijo y veo a esos niños, que te miran con ojos de socorro, con rictus de tristeza, con las orejas frías y respirando juntos un aire de soledad, palpitando un corazón de ilusión, imaginando cuando llegue su madre a buscarle, su padre al rescate. Porque cuando eres niño el futuro es un universo de posibilidades, de ilusiones y de sueños a cumplir, casi un parque a descubrir cada mañana. Aunque el presente sea doloroso.
Y allí dejo a los niños, tristes y solos, mirando a cada adulto que se mueve, cada coche que asoma, cada abrigo al viento, no vaya a ser el suyo. Exhalando un vaho de esperanza quedan allí esperando que pase un ángel, que llegue su padre, su madre. Y sigo caminando, a casa, de la mano de mi hijo, cruzando el parque que es otro parque, el parque de la tarde.
Y tú,
¿a quién estás esperando?
¿cuál es tu verja?
¿qué te espera al otro lado?
Hola Juan. Me he emocionado leyendo tu "relato", gracias.
ResponderEliminarMe esperaba a mi misma y ya llegué, así que al otro lado estoy yo y todas las personas a las que amo y el mundo que crece y evoluciona al igual que un niño.
Sigo creciendo y aprendiendo cada día con el sentimiento de que hoy es nuevo y mañana también, de que lo que aprendí y aprendo no soy yo por lo que siempre tengo una nueva oportunidad: eso es lo que me espera al otro lado: "Oportunidades", "Posibilidades"
Saludos
Rosa M.
Gracias Rosa, siempre es positivo ver oportunidades y posibilidades alrededor. Realmente es lo que hay para llegar a nuestro destino.
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